A nobreza espanhola no século XXI
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A nobreza espanhola no século XX
Ser noble en el siglo XXI
MARTA RIVERA DE LA CRUZ 30/09/2007
No reciben prebendas ni disfrutan de beneficios fiscales. Unos son
ricos, otros no. Llevan apellidos ligados a la historia y están
orgullosos de ello. El 1 de enero de 2007 había en España 2.802
títulos nobiliarios en manos de más de 2.100 personas. La mayor parte
de ellas son hombres y mujeres que trabajan y viven al margen de su
abolengo, a medio camino entre el tópico y el futuro. Pero, ya saben,
la nobleza siempre obliga. Éste es el retrato de la aristocracia
española del siglo XXI.
Cuando supieron que desde EPS pretendíamos hacer un retrato de la
aristocracia en España, casi todos los participantes en este
reportaje se mostraron escépticos. "No es posible establecer un
patrón", nos dijo alguien, "y os vais a encontrar de todo". Así fue.
Después de semanas de trabajo, de realizar decenas de entrevistas, de
hablar con varios nobles titulados ?venciendo, en algunos casos,
notables reticencias iniciales? llegamos a la conclusión de que
nuestro informante estaba en lo cierto: la aristocracia es un
colectivo presidido por la heterogeneidad. Muy pocos viven en
palacios. Hay incluso quien disfruta de un piso de protección
oficial. Casi todos trabajan, algunos en puestos de responsabilidad.
Muchos ocultan su condición nobiliaria, y otros aseguran que su
apellido ha supuesto un obstáculo en sus carreras profesionales. En
lo único en lo que todos coinciden es en que un título nobiliario no
tiene hoy ninguna utilidad práctica, más allá del legítimo orgullo
que puede suponer para alguien el saberse parte de una estirpe cuyos
orígenes se pierden en los siglos.
Es posible que, con la aprobación de la ley de igualdad en la
sucesión de títulos nobiliarios, haya comenzado una nueva etapa en la
historia de la nobleza. Despojada hace tiempo de otros privilegios,
el último vestigio de anacronismo que quedaba a la institución
nobiliaria ?el mejor derecho del varón sobre la mujer en términos
sucesorios? ha sido eliminado por las instituciones. Aunque nadie
quiere reconocerlo, la nueva ley ha supuesto una verdadera conmoción
para muchos representantes de la nobleza, que consideran rota una
tradición de siglos. Hace tiempo que se acabó otra: la legendaria
simbiosis entre nobleza y Monarquía, a la que don Juan Carlos puso
fin cuando llegó al trono, negándose a formar una corte como las que
tuvieron sus antepasados.
Quebradas sus reglas, eliminados sus privilegios, ninguneados por sus
reyes, escasamente entendidos por la opinión pública, la nobleza
titulada se enfrenta a una nueva época que, como uno de sus
representantes nos dice, "si sabemos adaptarnos, puede incluso ser
positiva".
¿Es la aristocracia una clase social?
El editor Jacobo Martínez de Irujo, conde de Siruela, asegura que "la
aristocracia ya no existe como clase, ni económica, ni social, ni
culturalmente; ni siquiera se distingue a los aristócratas por la
calidad de su educación, aunque algunos sean más o menos
identificables". El diplomático y escritor Santiago de Mora-Figueroa,
marqués de Tamarón, se pronuncia en la misma línea: "No sabría
definir en términos sociológicos qué es la nobleza titulada. Hoy es
tan sólo el común denominador de un par de millares de nobles". Y
añade: "En otros países europeos, incluso en algunas repúblicas, la
nobleza acaso tenga entre sus características rasgos que pueden ser
malos o buenos, pero que existen: una tendencia a la endogamia, un
cierto orgullo de casta, una cierta lealtad a sus raíces". ¿Y eso no
pasa en España? "No", dice, rotundo.
Diego del Alcázar, marqués de La Romana, compara la situación
española con la que se da en otros países, "donde lo de tener un
título queda muy bien. Los ingleses, por ejemplo, lo llevan con mucha
naturalidad. Allí, el título forma parte del nombre, y lo usan tanto
los conservadores como los laboristas. Y los americanos sienten por
los nobles una afición casi fanática".
Es verdad. En Estados Unidos, un país cuyas familias más antiguas
sólo pueden remontarse a los tiempos del Mayflower, un título es el
sueño de cualquier millonario, y el matrimonio de una hija con un
noble, el mejor colofón para una vida exitosa. En el siglo XIX,
decenas de ricos americanos cruzaron el océano para encontrar a un
aristócrata ?arruinado o no? dispuesto a dar lustre a un apellido de
origen incierto a cambio de formar parte de una familia de
potentados. Inglaterra, Francia, Alemania, e Italia en menor medida,
fueron el campo de operaciones preferido de los cazadores de
blasones. España quedó fuera de esas redes por el característico
desconocimiento del inglés por parte del español decimonónico, pero
sí hubo un flujo de latinos acaudalados que buscaban en España la
posibilidad de engrandecer su futura estirpe. ¿Sigue ocurriendo eso?
Uno de los entrevistados se ríe: "No, no, las cosas han cambiado.
Aunque aún pueda quedar quien lo practique, la caza de nobles es un
deporte que ha perdido popularidad".
"Actualmente, la posesión de un título nobiliario no otorga ningún
estatuto de privilegio, al tratarse de una distinción meramente
honorífica". Son palabras del Tribunal Constitucional. "Hoy día,
llevar un título no supone ventajas, y sí algunos inconvenientes",
afirma el marqués de Tamarón. ¿Es cierta entonces la frase "nobleza
obliga"? Desde luego lo fue en otro tiempo. Imposible olvidar al
tercer duque de Alba, que encontró la muerte en Lisboa cuando, ya
viejo y enfermo, se obstinó en comandar las tropas españolas que
luchaban en Portugal en nombre de Felipe II. O el duque de Osuna, que
arruinó a una de las familias más ricas de España empeñándose en
correr con todos los gastos de su delirante embajada en el San
Petersburgo de los últimos zares. O aquel duque de Sesto que empleó
su fortuna en favorecer la reinstauración en el trono de Alfonso XII.
¿Y ahora? ¿Conserva la nobleza esa vocación de servicio? "Estar en
posesión de un título es un acicate para hacer las cosas bien. Pero,
desde luego, no es el único", dice Diego del Alcázar, fundador y
presidente del Instituto de Empresa y presidente del Grupo Vocento.
La marquesa de Lozoya, Dominica de Contreras y López de Ayala,
entiende que "llevar un título te obliga a asumir un compromiso. En
mi caso, siento que por tener este apellido y este título tengo una
deuda eterna con mi ciudad, Segovia, a la que mi familia está
vinculada desde el siglo X". Historiadora y catedrática de
universidad, Dominica de Contreras está implicada en cuantas
iniciativas tienen lugar en la villa de la que procede su
nombre, "desde organizar actos culturales hasta reclamar la llegada
del AVE". Casilda Fernández Villaverde, condesa de Carvajal ?
descendiente directa del primer marqués de Santa Cruz, Álvaro de
Bazán, el héroe de Lepanto?, cuenta que actualmente los archivos de
la Marina están depositados en el palacio del Marqués de Santa Cruz,
en El Viso del Marqués, que pertenece a su familia, "y que por
decisión de mi madre, la actual marquesa, alquilamos al Estado por
una peseta al año". Directora en España de la casa de subastas
Christie's, la condesa de Carvajal dice que da a su título "la
importancia justa. Mi apellido está ligado a la historia de este
país, y eso es algo muy bonito; pero no estoy todo el día pensando en
ello".
Lo mismo asegura la escritora Almudena de Arteaga, marquesa de
Cea: "A mí, los títulos que más me importan son los que uno se gana
con el propio esfuerzo, aunque no voy a ocultar que me enorgullece
pertenecer a una familia con un pasado glorioso". De esos títulos
ganados sabe mucho el conde de Rodas, José María de Areilza y
Carvajal: a sus 41 años es doctor en derecho por la Universidad de
Harvard y máster en derecho y relaciones internacionales. Titular de
una cátedra Jean Monnet, profesor universitario y docente invitado en
varias universidades europeas, americanas y asiáticas, el conde de
Rodas ha vivido su experiencia profesional al margen de su
título, "lo cual no quiere decir que no me importe el peso que mi
familia ha tenido en la historia de España".
No todos los aristócratas con los que entró en contacto EPS han
querido participar en este reportaje. Algunos han accedido a hacerlo
sólo bajo un estricto anonimato. "No quiero fotos ni aparecer con mi
nombre", dijo uno de los consultados, que aportó datos de gran ayuda
para la elaboración del trabajo. Una joven aristócrata de apenas
treinta años y excelente trayectoria profesional justificó así su
negativa: "En mi entorno laboral no saben que tengo un título, y
estoy segura de que hacerlo público me perjudicaría con mis jefes".
¿Existen tantos prejuicios con respecto a la nobleza? Antonio Campos,
marqués de Iznate, de 32 años y médico de profesión, dice que no ha
sido consciente de ello, "pero tampoco mis compañeros de la facultad,
ni los del MIR, sabían que tenía un título". El marqués de La Romana
asegura que nadie le ha mirado de forma distinta al conocer su origen
aristocrático. "Aunque a veces sí me hacen preguntas sorprendentes,
como si me dan algo por ser marqués". El conde de Rodas o la condesa
de Carvajal tampoco piensan que existan prejuicios con respecto a los
nobles. Pero el marqués de Tamarón no opina así: "A mí, más de una
vez, alguien, después de conocerme, me ha dicho: 'Anda, si eres un
tío muy majo, y yo pensaba que eras un imbécil. Perdona, pero era por
tu título, ¿sabes?". Para el marqués, esa idea de que un aristócrata
tiene que ser a la fuerza "un tipo estirado" está más arraigada de lo
que se quiere reconocer, y que podría superarse "si hubiera menos
nobles vergonzantes y más que llevaran sus títulos en la vida diaria,
sin complejos de superioridad ni de inferioridad. Si el uso de los
títulos se queda tan sólo para bodas y bautizos, eso será una
abolición de hecho, más humillante que la abolición legal. Dejará
claro que no tenemos valor ni para conservarlos, ni para renunciar a
ellos".
En efecto, muchos aristócratas ocultan su título, o lo utilizan en
ocasiones muy concretas. "Para mis pacientes y para mis compañeros
soy Antonio, o el doctor Campos", reconoce el marqués de Iznate. "Si
usas tu título, parece que quieres presumir". El marqués de La Romana
reconoce: "Profesionalmente, los títulos no se utilizan por una
cuestión de pudor. Y en el mundo de la empresa parece que el mérito
heredado va a ensombrecer el otro, el adquirido a base de trabajo".
El conde de Siruela asegura: "Me hago llamar Siruela, a secas. Si mi
medio social es la república de las letras, usar el título sería
hasta de mala educación".
Sí lo hace el marqués de Tamarón, que incluso firma como tal los
libros que escribe. "Aunque en España, llevar un título es una
rémora. Me contaba alguien a quien conozco bien que el PP le denegó
la posibilidad de figurar como independiente en sus listas
electorales municipales del País Vasco porque tenía un título y no
quería esconderlo. Lo que no entiendo es que quienes piensan ocultar
un título soliciten al Rey una carta de sucesión a sabiendas de que
en ella el Monarca va a decir:''Es mi voluntad que uséis el título de
conde de? o marqués de? y que en adelante con él os podáis llamar y
titular, y mando a las autoridades y personas particulares que os
reciban y tengan por tal'. Los titulados tienen intención de
desobedecer el mandato regio, y, sin embargo, lo solicitan. Tampoco
entiendo que el ministro de Justicia haga firmar al Monarca una orden
que va a ser desobedecida por el ministro del Interior en el DNI,
donde desde 1985 no se pueden hacer constar los títulos del reino.
Por eso las discusiones que enzarzan a la nobleza española sobre la
ley de sucesión de 2006 ?ley mal hecha y que traerá graves problemas?
me recuerdan la fábula de Iriarte en la que los conejos porfían si
sus perseguidores son galgos o podencos".
La ley de 2006 sobre igualdad del hombre y la mujer en el orden de
sucesión de los títulos nobiliarios ha provocado, en efecto, el gran
debate interno en el seno de la nobleza española. En las sucesiones
nobiliarias que se abran a partir de su aprobación será el hijo
primogénito, con independencia de su sexo, quien sucederá en el
título. El cambio ha levantado ampollas entre los sectores más
conservadores de la nobleza, aunque es cierto que la mayoría de
entrevistados para este reportaje opina que la ley era necesaria. No
tiene dudas el duque de Feria, el empresario Rafael Medina
Abascal: "A estas alturas, la idea de discriminar a la mujer en lo
referente a la sucesión es tan absurda que no debería ni plantearse".
También está de acuerdo el marqués de La Romana: "Siempre he creído
que igualar a la mujer con el varón en lo tocante a la sucesión de
títulos nobiliarios era necesario". No obstante, puntualiza: "No
hubiese sido un disparate respetar los derechos adquiridos de los
sucesores durante la presente generación. Cuando, en 1830, se
suprimen los mayorazgos, se respeta al 70% de los inmediatos
sucesores, lo cual generó una transición muy pacífica hacia el nuevo
sistema. En España, las fórmulas transitorias funcionan muy bien".
El conde de Elda, decano del Consejo de la Asamblea de la Diputación
de la Grandeza de España ?que agrupa a la nobleza española y está
reconocida por el Estado como órgano consultivo en la materia?, está
de acuerdo en que las cosas hubieran podido hacerse mejor: "A
nosotros, en un principio, ni se nos consultó. Por supuesto que
acatamos cualquier decisión que venga del poder legislativo, pero si
se va a promulgar una ley que afecta sólo a dos mil familias
españolas, ¿no es lógico pedirles su opinión acerca de lo que se va a
hacer?". Elda recuerda que la institución nobiliaria española ha
respetado a las mujeres más de lo que lo ha hecho la de otros
países: "En Inglaterra, los títulos nobiliarios ni siquiera podían ir
a manos de una mujer". Cita el caso paradójico de Suecia, "uno de los
países más progresistas del mundo, donde el trono lo hereda el
primogénito, sea hombre o mujer, y, sin embargo, los títulos
nobiliarios los sigue heredando el primer hijo varón aunque tenga una
hermana mayor".
Y hay opiniones mucho más enconadas. De hecho, un grupo de
aristócratas se ha unido para promover un frente jurídico común en
contra de la nueva ley. El conde de Siruela afirma que "si se quiere
ser moderno, habría que serlo con todas sus consecuencias, y que el
concesionario de un título tuviese la libertad de dárselo a aquel de
sus hijos que cree que mejor lo puede llevar. ¿O es que acaso existe
la primogenitura en otros ámbitos? Ese disfraz ideológico a favor de
las mujeres no es más que una bella forma de hablar de intereses, una
tibia e insuficiente modificación del asunto. No me convence
demasiado esta solución, y casi prefiero la fórmula antigua, que deja
todo en su sitio y evita desagradables enfrentamientos familiares".
La marquesa de Cea lo ve de otra forma: "La persona que lleva un
título no lo posee, sino que lo tiene en usufructo. No es más que el
eslabón de una cadena. Y hay quien cree que tiene su título en
propiedad".
La opción de aplicar a las sucesiones nobiliarias que se produzcan en
el futuro el principio de primogenitura, pero respetando "las
legítimas expectativas de derecho" de los nacidos bajo la vigencia de
la legislación anterior ?como apuntaba el marqués de La Romana?, no
hubiera supuesto más que dar a la nobleza el mismo tratamiento que se
proyecta para la Casa Real: instaurar como nuevo criterio de sucesión
en el trono la primogenitura, sustituyendo a la varonía, pero
exceptuando de esta nueva regla al príncipe de Asturias en perjuicio
de la infanta Elena. A este respecto, el conde de Elda recuerda
que "las leyes que regulan a la Corona y a la nobleza son distintas,
así que un caso no tiene nada que ver con el otro". Pero también se
escuchan reproches. "El Rey debía haberse implicado en la cuestión
del cambio en la ley de sucesión", dice un aristócrata que prefiere
permanecer en el anonimato. "Ni siquiera quiso reunirse con los
representantes de la Asamblea".
¿Se hubiesen hecho las cosas de forma distinta si don Juan Carlos no
hubiese decidido quedarse al margen de una polémica que debió de ser
mucho más bronca de lo que trascendió en un principio? Es difícil
saberlo. Aunque los miembros del decanato de la Asamblea dicen que
las relaciones entre los nobles y la Casa Real son fluidas y
cordiales, lo cierto es que, desde su llegada al trono, en 1975, el
Rey no ha mantenido demasiados contactos oficiales con la nobleza. De
hecho, no fue hasta 1991 cuando los Reyes ofrecieron una recepción a
los grandes de España en el Palacio Real, a pesar de que sí se
celebraron encuentros con otros sectores sociales.
En la boda del príncipe de Asturias sorprendió la ausencia de algunos
miembros de casas nobiliarias que habían apoyado a los Borbones ?
incluso económicamente? durante su exilio en Estoril. A diferencia de
otros entrevistados, Almudena de Arteaga trata abiertamente esta
cuestión: "Su majestad el Rey podría haber sido más generoso con los
que en su momento sostuvieron a la familia real. De todas maneras, no
creo que ninguno de los nobles que apoyaron a la Casa lo hiciera
esperando algo". Históricamente, la lealtad de la nobleza se dirige a
la institución más que a la persona que ocupa el trono.
Hace treinta años circuló una anécdota apócrifa según la cual una
aristócrata española se había ofrecido a doña Sofía como camarera,
puesto que ocupaban antiguamente las damas de la nobleza. La Reina
contestó: "¿Camarera...? Lo que estoy buscando es una cocinera,
porque se marcha la que tenemos ahora".
Cierta o no, la conversación ilustra el hecho de que, una vez
reinstaurada la Monarquía en España, el rey Juan Carlos dejó claro
que no tenía intención de mantener en torno a sí una corte de
aristócratas. "Fue una forma de demostrar su deseo de independencia,
la ausencia de favoritismo de clase", argumenta el conde de Elda.
Pero un titulado que no quiere dar su nombre apostilla: "El Rey no ha
querido rodearse de duques o marqueses, pero sí tiene en su círculo
personal de amistades a empresarios y financieros. No sé por qué van
a ser más recomendables los unos que los otros". Alfonso Bullón de
Mendoza, marqués de Selva Alegre, opina de otra forma: "Juan Carlos
fue muy inteligente alejando de sí las camarillas nobiliarias. Había
que demostrar que llegaban nuevos tiempos para España". Monárquico
convencido, la actividad de Selva Alegre en defensa del regreso de
los Borbones le llevó en época de Franco a los calabozos de la
Dirección General de Seguridad.
Además de suponer una conmoción para muchos nobles, la nueva ley de
igualdad también nace envuelta en la controversia judicial. Como
explica Marcial Martelo de la Maza, marqués de Almeiras y abogado
especialista en derecho nobiliario, "esta ley ha dispuesto su
aplicación retroactiva a todos aquellos títulos que hubiesen sido
reclamados judicialmente y estuviesen pendientes de sentencia firme
en el momento de su entrada en vigor".
?¿Y cuál es la consecuencia?
?Una repentina generación de pleitos promovidos por hermanas mayores
de titulados ?conocedoras de lo que se fraguaba en las Cortes? para
situarse dentro de ese ámbito de aplicación retroactiva.
?¿Es usual esta fórmula de aplicación retroactiva de la ley?
?En absoluto. Es perfectamente constitucional, pero no habitual.
? ¿Y por qué se han hecho así las cosas?
?Creo que la respuesta no se encuentra dentro del ámbito del derecho.
Gobierno y oposición aprobaron por unanimidad esta ley y la
particularísima disposición transitoria que la acompaña, permitiendo
su aplicación retroactiva. Su redacción ha venido como caída del
cielo a féminas ?una de ellas, la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada?
que, justo antes de que se firmase la nueva ley, iniciaron la
reclamación judicial de títulos sobre la base de un principio de
primogenitura inaplicable en ese momento.
Todos los consultados están de acuerdo en que la nobleza española es
una gran desconocida. "Por el afán de los titulados de ocultar que lo
son, en España", dice Tamarón, "los títulos sólo aparecen en la
prensa rosa?, y en las páginas de sucesos". "Se sabe muy poco de la
institución nobiliaria", reconoce Diego del Alcázar. "El origen de
esta situación hay que buscarlo en el siglo XIX, cuando se convierte
a la nobleza en un ejemplo parasitario. Esa idea es sólo parcialmente
justa. El XIX es un siglo de decadencia, y socialmente, incluso desde
la prensa, se habla de una clase que está obstaculizando la evolución
de España".
Ese desconocimiento explica la existencia de muchos tópicos, como que
los titulados disfrutan de exenciones fiscales o de algún tipo de
prebenda, "cuando todo eso, que existió en el pasado, se acabó en
1812", asegura el marqués de Selva Alegre. El último privilegio que
quedaba a los nobles, la posibilidad de obtener un pasaporte
diplomático, se suprimió en 1984.
También hay quien cree que el aristócrata lleva una existencia
regalada y económicamente envidiable. EPS ha podido constatar la poca
consistencia de esa afirmación. Los protagonistas de este reportaje
se mueven en una muy amplia horquilla económica. A Almudena de
Arteaga le hace gracia que crean que todos los nobles son
ricos: "¡Ahora los ricos son otros!". El marqués de Iznate cuenta
entre risas que una anciana tía suya dice que la mayoría de los
aristócratas son "la gente del tuvo: el padre de éste tuvo un
palacio, la abuela del otro tuvo no sé cuántas fincas". El duque de
Feria recuerda que montó su empresa "pidiendo créditos, como todo el
mundo", y el conde de Rodas aclara que estudió en una universidad
pública, " y el doctorado en Harvard lo hice con una beca Fulbright,
que se da a todo el que reúne una serie de méritos académicos".
Casilda Fernández Villaverde recuerda que entró en Christie's hace 30
años "como secretaria", y el marqués de La Romana afirma: "Trabajo 13
horas al día. Y estoy seguro del dato, porque las he contado".
Entonces, ¿no hay rentistas entre los aristócratas? "Claro que los
hay", dice el conde de Elda, "como en cualquier colectivo. Pero,
desde luego, no todos los nobles titulados pueden vivir sin trabajar".
También está extendida la idea de que un título nobiliario se puede
comprar o vender. Marcial Martelo explica que eso es legalmente
imposible: "Se puede ceder en vida, pero sólo a aquel dentro del
círculo de los parientes de su fundador. Más aún, si un pariente
lejano de éste consiguiese la cesión por su actual titular, fuese o
no a cambio de una inconfesada remuneración, cualquier pariente con
mejor derecho dispondría de hasta 40 años para reclamarlo. ¿Quien va
a pagar por algo que le pueden quitar en cualquier momento?".
La compraventa de títulos tiene una base histórica que explica Selva
Alegre: "Sobre todo en la época de los últimos Austrias, se
concedieron títulos a familias que habían hecho donaciones a la
Corona de España cuando pasó por un bache económico. Conceder un
título era un forma de agradecer una dádiva material".
El rey Juan Carlos utilizó otro criterio para otorgar los 33 títulos
que ha concedido hasta la fecha. Algunos, como los marquesados de
Iria Flavia a Camilo José Cela, de los Jardines de Aranjuez al
maestro Joaquín Rodrigo o de Bradomín a los herederos de Valle-
Inclán, han servido para reconocer singulares aportaciones a la
cultura española. Otros subrayan la actividad empresarial, como el
título del marqués del Pedroso de Lara, concedido al editor José
Manuel Lara. Y títulos como el ducado de Suárez, a Adolfo Suárez, o
el de marqués de la Ría de Ribadeo, que ostenta Leopoldo Calvo-
Sotelo, reconocen los especiales servicios al Estado de los dos
primeros presidentes de la democracia. Al parecer, el Rey quiso
otorgar también un título a Felipe González, pero éste rechazó la
propuesta.
Muchos piensan que don Juan Carlos no ha sido demasiado espléndido a
la hora de conceder nuevas dignidades nobiliarias: "La concesión de
títulos a personas destacadas puede ser un interesante medio de
cohesión social y una forma de revitalizar el estamento nobiliario y
ponerlo en contacto con los nuevos tiempos", dice De Areilza. "A mí
me gustaría que, en un futuro, el Rey pudiese otorgar un título
nobiliario a alguien como Pau Gasol".
Cohesión, modernización, revitalización? Para muchos es difícil
integrar en la España moderna una institución aparentemente
anacrónica como la nobleza. "Lo primero que hay que hacer es
desmontar muchos tópicos y, desde luego, actuar con transparencia"
afirma el conde de Rodas. "En nuestra mano está que la aristocracia
española encuentre su lugar en el entramado social del país",
vaticina el marqués de La Romana. "Porque la culpa de todo el
desconocimiento que existe en torno a la nobleza la tenemos
exclusivamente nosotros".
El País
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