Novo livro sobre a nobreza espanhola
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Novo livro sobre a nobreza espanhola
Historia de la nobleza española
La peculiar historia de la nobleza española -de los
Grandes a los hidalgos- está ligada a nuestras
agitadas peripecias como nación. Ricardo Mateos Sáinz
de Medrano repasa linajes y títulos, desde los ganados
a golpe de espada en la Reconquista hasta los más
recientes. Ofrecemos un fragmento de la introducción
de esta guía tan llena de curiosidad como de datos
La nobleza española y, antes de ésta, la nobleza de
los distintos reinos peninsulares de la Edad Media
están íntimamente ligadas (.) a los avatares
históricos de la península Ibérica, desde su aparición
como grupo social más o menos constituido, allá por el
siglo VIII. Esa misma realidad, que surgió a raíz de
la invasión musulmana de lo que ahora son España y
Portugal, hace que, en el caso español, la nobleza
presente peculiaridades (...) que la diferencian del
resto de las noblezas europeas. De esos orígenes
derivan su estructura y sus tradiciones particulares,
que han llegado hasta nuestros días.
No podemos hablar de una nobleza claramente
estructurada y uniforme en España hasta los albores
del Renacimiento, pero es importante señalar la
existencia, desde mediados del siglo VIII, de clanes y
linajes nobles surgidos en los primeros centros
geográficos de resistencia a la invasión musulmana del
año 711, en el seno de lo que anteriormente fue el
reino visigodo con capitalidad en Toledo. Dos fueron
los lugares donde apareció esta primera nobleza que,
en muchos casos, reclamó un origen y una filiación
visigodos que, durante siglos, serían el orgullo de
muchas grandes familias que, a veces de manera
forzada, se hicieron descender de sangre goda como
referente de pureza de linaje. Tanto es así que, en
pleno Renacimiento, el noble poeta Jorge Manrique
escribía: Pues la sangre de los godos/y el linaje y la
nobleza/tan crecida,/¡por cuantas vías y modos/resume
su gran alteza!
Los focos de resistencia a la invasión musulmana
estuvieron ubicados, por una parte, en el norte de la
península Ibérica, en Asturias y el País Vasco, como
un poder político que se proclamó heredero de la
legitimidad visigoda, y, por otro, en el noroeste, en
Cataluña norte, Rosellón y Cerdaña, región marcada por
su dependencia, de corte feudal, del poder del Imperio
carolingio ubicado en Francia y Centroeuropa. En ambos
casos, una nobleza guerrera y local se erigió en
dirigente de la Reconquista, a partir de una mezcla de
sangres entre la vieja nobleza territorial
romano-visigoda y los clanes guerreros de zonas poco
romanizadas, como los Pirineos y las montañas vascas.
(.) En sus manos quedó la larga labor reconquistadora
del resto del territorio, que solamente habría de
concluir con la toma de Granada en 1492. Así, durante
siete siglos, se fueron conformando poderosos linajes
con fuertes bases territoriales, que reconocieron a
los reyes como primus inter pares, es decir, como los
primeros entre sus iguales.
En el caso asturiano-leonés, la Reconquista aportó
vastos territoros que fueron a parar a esa nobleza
guerrera, ya fuese de forma directa o a través de la
posesión de encomiendas de las poderosas órdenes
militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, que
jugaron un papel muy importante en el proceso
reconquistador. Signos distintivos de la calidad noble
fueron el derecho a llevar armas y caballos, y los
reyes concedieron el título de condes a los más
poderosos de entre sus vasallos, al cederles el
gobierno y la jurisdicción no hereditarios de
territorios reconquistados que, siguiendo los usos del
Imperio carolingio, se llamaron condados. (.) Por otra
parte, y junto a aquellos escasos títulos condales,
apareció una segunda categoría de nobles no titulados
que fueron los ricoshombres, por debajo de los cuales
se encontraban los «hidalgos», que conformaron una
pequeña nobleza territorial surgida de grupos de
campesinos enriquecidos.
Los hidalgos fueron especialmente numerosos en el
norte, mientras que la gran nobleza, más escasa, se
hizo con enormes propiedades en el sur de Castilla,
Andalucía y Extremadura, conforme avanzó el proceso
reconquistador, especialmente activo entre los siglos
XII y XIII.
En cuanto al foco de resistencia del noreste, que fue
el más puramente feudalizado de la península por
efecto de la influencia carolingia, los grandes
señores fueron independizándose del poder central
imperial, de forma paulatina, asumiendo títulos
condales, como fue el caso de los condes de Barcelona,
de Urgel, de Besalú o de Cerdaña, que acabaron
obteniendo una soberanía plena en sus respectivos
territorios. Inmediatamente por debajo (...) surgió un
segundo escalafón de nobles, los «barones» catalanes,
que a su vez se apoyaron en una tercera categoría, los
«infanzones», prácticamente asimilados a los
«hidalgos» castellano-leoneses. Por último, y desde el
siglo XII, en el reino de Aragón, y más
específicamente en el principado de Cataluña, surgió
una nobleza patricial, de origen burgués y urbano,
formada por los llamados ciutadans honrats
(«ciudadanos honrados»), que ya en el siglo XVIII se
equiparó a la hidalguía castellana. Este esquema se
implantó igualmente en Valencia y Baleares.
A mediados del siglo XIV, la guerra civil castellana,
que tuvo lugar durante el reinado de Pedro I, dio paso
a la ascensión al trono de la dinastía bastarda de los
Trastámaras, que, en poco tiempo, rigió los destinos
tanto de Castilla como de Aragón. Fue entonces cuando
comenzaron a crearse, siguiendo los usos de Francia e
Inglaterra, los primeros títulos nobiliarios de
transmisión hereditaria, asociados a las más
importantes familias de ambos reinos. Por orden de
rango: duques, marqueses, condes, vizcondes, barones y
señores. Coincidentemente con ello, y como resultado
de la cruenta guerra civil castellana y de la guerra
con Portugal, que terminó con la batalla de
Aljubarrota, muchos de los viejos linajes se
extinguieron, dando paso a nuevos linajes ascendentes
(.).
El siglo XV vio florecer el número de títulos
concedido por los Trastámaras, tanto en Castilla como
en Aragón, y, tras la unión de los reinos peninsulares
en el reinado de los Reyes Católicos, su nieto, el
emperador Carlos V, en 1520, se decidió a reorganizar
la nobleza española, dividiéndola en dos grandes
grupos: los Grandes de España y los Títulos del Reino.
Los primeros, todos ellos miembros de ilustres y
poderosas familias de Castilla, Aragón y Navarra, y
surgidos del antiguo estamento de los ricoshombres,
tenían un estatus marcadamente superior, siendo
considerados como «primos» del soberano. Además,
fueron clasificados en tres categorías: Grandes de
primera clase, o de «Grandeza Inmemorial», que tenían
el privilegio de dirigirse al rey con la cabeza
cubierta; Grandes de segunda clase, o «Grandes
Restablecidos», que fueron reconocidos después de 1520
entre otras importantes familias del reino, y cuyo
privilegio era dirigirse al soberano con la cabeza
descubierta, cubriéndose una vez terminado el
discurso; y grandes de tercera clase, o «Grandes
Creados», que se cubrían la cabeza al concluir las
ceremonias palatinas.
El resto de Títulos del Reino pasaron a ser
considerados simplemente «parientes» del rey, y a
ellos podía concedérseles la Grandeza de España,
posteriormente, en reconocimiento por sus servicios a
la Corona. Por último, y por debajo de los dos grupos
anteriores, se mantuvo una numerosa nobleza no
titulada, representada por los «hidalgos» de Castilla,
los «infanzones» de Aragón y los cavallers de
Cataluña, un grupo social que fue empobreciéndose de
forma notable durante los siglos XVI y XVIII,
perdiendo gran parte de su preeminencia e importancia
social. Sí les quedaron, como privilegios, la exención
de ciertos impuestos y gravámenes y la posibilidad de
acceder a la milicia, a ciertas dignidades
eclesiásticas y a la administración del Estado, al
poder probar «limpieza de sangre». En cuanto a los
ciutadans honrats de Cataluña, al tratarse de una
nobleza urbana, en su mayoría consiguieron mantener su
poder económico y social, hecho que les llevó, en
muchos casos, a incorporarse a la nobleza titulada o a
emparentar con ella. (.)
Por otra parte, y aunque la Iglesia prohibía, salvo
dispensa, las uniones entre parientes consanguíneos
hasta el cuarto grado, lo cierto es que se consolidó
una ya fuerte y secular endogamia de clase entre los
grandes linajes, con continuos matrimonios entre
distintas familias tituladas, la mayoría de las cuales
estaban emparentadas entre sí. Ello también facilitó
el trasvase de grandes estados de unas a otras
familias posmatrimonio, especialmente por darse el
caso, único en el resto de la nobleza europea, de
poder suceder las mujeres en los títulos, recibiendo
con ello cuantiosos bienes y mayorazgos.
Se fijaron los linajes, se escribieron crónicas,
generalmente de tinte hagiográfico, de tal o cual gran
familia, y se consolidaron supuestos orígenes
legendarios que emparentaron a los Grandes con los
reyes godos y con figuras protagonistas de grandes
gestas del pasado, suprimiéndose manchas y vergüenzas
de las ascendencias familiares. (...) Sincrónicamente,
se fortalecieron la endogamia de clase y las actitudes
de exclusión para con aquellos que contrajesen
matrimonio fuera del círculo. Así, el 9 de julio de
1663 la Gaceta y nuevas de la Corte de España
publicaba:
«Se publicó otro casamiento muy desigual y de mayor
nota, por tocar como toca a diez o doce Grandes
Señores de los mayores y más calificados de España. Y
fue que mi señora la Duquesa de Peñaranda viuda (hija
del Cardenal Duque de Lerma, tía del que oy lo es, y
madre de mi señora la Marquesa de Villena), se casó in
facie ecclesiae con Don Lope de Avellaneda, vecino de
Illescas, criado suyo antiguo; cosa que el Rey, y el
Consejo de Estado, y el de Justicia, y todos los
Grandes de España, lo an tomado muy mal. (...) Ase
averiguado que havía diez meses que estaban velados y
hacían vida maridable (...)».
Sin embargo, y a pesar del empeño por blanquear
genealogías y ascendencias, el famoso Tizón de la
nobleza española, dirigido en 1560 al rey Felipe II,
recogía las máculas en la sangre de muchas de las más
preclaras familias, así como los sambenitos asociados
a ellas, mencionando ascendencias judías y moras, y
hasta alguna que otra antepasada esclava, entre los
nobles más encumbrados.
Los siglos XVI y XVII fueron testigos de una gran
inflación de nuevos títulos y grandezas, concedidos en
gran número por los reyes de la Casa de Austria. La
monarquía, siempre necesitada de ingresos en tiempo de
crisis y bancarrotas, llegó a vender títulos en muchas
ocasiones. Así, hasta 1700 se crearon 123 nuevos
Grandes y gran cantidad de títulos, a favor no
solamente de españoles, sino también de portugueses,
italianos y flamencos, súbditos, todos ellos, de los
reyes de España. Fueron siglos de fuerte presencia de
las grandes familias en la compleja y pesada
administración de la monarquía hispánica, pues Grandes
y Títulos eran enviados como virreyes a las Indias,
Italia o Flandes, fueron validos de reyes (como los
casos del duque de Lerma con Felipe III y del
conde-duque de Olivares con Felipe IV), y tuvieron
asiento preeminente en los distintos consejos de
gobierno (...)
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