O dote de Catarina de Bragança à Carlos II da Inglaterra.

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O dote de Catarina de Bragança à Carlos II da Inglaterra.

#346707 | Monigo | 30 mag 2014 08:50

Una dote de boda regia

04 / 06 / 2013 11:03 Luis Reyes


Portsmouth, 21 de mayo de 1662 · Carlos II de Inglaterra se casa con la portuguesa Catalina de Braganza, que aporta a la Corona Bombay y Tánger.


Los reyes antiguos tenían a sus reinos como patrimonio familiar que se podía dividir o ampliar por medio de sucesiones y matrimonios. Fernando I, tras unir Castilla y León, los separó al morir, dejando a un hijo Castilla; a otro, León; y a otro, Galicia... El matrimonio de los Reyes Católicos supuso la formación de España, mientras que el de su hija Juana la Loca con Felipe el Hermoso trajo la extraña unión de España con los Países Bajos durante 300 años, inevitable vivero de conflictos que mediatizó la Historia de España en la Edad Moderna.

Una de esas bodas de grandes consecuencias geopolíticas, pues orientó el destino de Inglaterra como la futura potencia imperial de la Edad Contemporánea, fue la de Carlos II de Inglaterra con Catalina de Braganza, hija del rey Juan IV de Portugal. El portugués, en realidad, no había nacido rey, pues lo hizo cuando Portugal estaba unido dinásticamente a España bajo Felipe III. Aunque tenía ascendencia real no albergaba ambiciones sediciosas, pero su esposa pensaba de otra manera.

La andaluza doña Luisa Francisca de Guzmán pertenecía a la Grandeza de España, era hija del poderoso duque de Medina Sidonia, y se casó en 1633 con el portugués por instigación del conde-duque de Olivares, el valido de Felipe IV, que pretendía asegurar así la lealtad del duque de Braganza al rey de España. Pero le salió el tiro por la culata, porque doña Luisa Francisca tenía el anhelo de poder que le faltaba a su marido. “Mejor ser reina por un día que duquesa toda la vida”, había dicho en una ocasión, de modo que animó a su esposo para que se implicara en el movimiento independentista luso.

Cuando en 1640 estalló la gran crisis de la Monarquía Hispánica, con rebeliones en Cataluña, Nápoles y Portugal, e incluso con el propio hermano de doña Luisa Francisca conspirando para convertirse en rey de Andalucía, Juan de Braganza fue proclamado rey por el pueblo de Lisboa sublevado, y luego confirmado por la Cortes lusitanas. España no podía atender todos los frentes y, para concentrar fuerzas en la reconquista de Cataluña, renunció a la dominación militar de Portugal.

Pero durante todo el reinado de Felipe IV, aunque Portugal fuera independiente de facto, no se reconoció la situación y se mantuvo el estado de guerra entre los dos países vecinos durante un cuarto de siglo. Juan de Braganza, ahora Juan IV de Portugal, necesitaba aliados y recurrió a un enemigo natural de España, Inglaterra, potencia marítima rival de la española. Como en los cuentos, el premio que ofrecía el rey portugués a quien le ayudara era la mano de su hija, con una espléndida dote.

Dos bodas para un matrimonio.

En Inglaterra se acababa de restaurar la monarquía, después del periodo de dictadura republicana de Cromwell, que había destronado y cortado la cabeza a Carlos I Estuardo en 1649. En 1660 un golpe de Estado militar le devolvió el trono a su hijo, Carlos II. Como todos los Estuardos, Carlos II era católico en secreto, de modo que le pareció muy bien casarse con una princesa católica, como había hecho su padre. Sobre todo cuando traía una dote auténticamente regia.

Incluía Tánger, un puerto sobre el Estrecho de Gibraltar, “joya de incalculable valor para la corona británica”, como dijo Carlos II ante el Parlamento, más las llamadas Siete Islas de Bombay, un botín fabuloso por el que los ingleses habían guerreado contra los portugueses en el pasado, ya que dominaba el Mar de Arabia. Además se concedía a Inglaterra libertad para comerciar en Portugal, Brasil y las Indias Orientales, lo que suponía hipotecar el futuro del imperio lusitano en manos británicas. Y por si fuera poco, dos millones de coronas portuguesas, moneda sobre moneda.

La infanta Catalina fue por tanto recibida con los brazos abiertos en la corte inglesa y tuvo no una boda, sino dos. Claro que no fueron en Londres, porque Carlos II temía una reacción popular contra la novia católica, sino en Portsmouth, donde había desembarcado. La primera de las bodas fue una ceremonia católica secreta. Luego se casaron por el rito anglicano, esta vez en ceremonia pública, aunque discreta, en la pequeña capilla de Domus Dei.

La doble boda no supondría un matrimonio muy intenso. Carlos II, que acababa de subir al trono con 30 años, tras una juventud de exilio y estrecheces, estaba decidido a vivir como un rey de los de antes, rodeado de lujos, fiestas, artistas protegidos y amantes. Reconoció la paternidad de 14 hijos ilegítimos, aunque no se sabe el número total de bastardos que tuvo con sus numerosas concubinas, pero no fue capaz de engendrar un heredero con Catalina. Aunque lo intentara –la reina tuvo tres embarazos que se malograron en abortos– no lo hizo con el suficiente entusiasmo y dedicación, pues en esa época estaba muy satisfecho sexualmente con las duquesas de Cleveland y Portsmouth, con la actriz Nell Gwin o con la cantante Moll Davis (de aquellos devaneos descendería la princesa Diana de Gales, Lady Di). Pero pecados aparte, el rey siempre mostró gran respeto y consideración por Catalina de Braganza. Era un libertino, pero también un caballero.

Los portugueses habían tomado posesión en 1534 de la isla de Mumba Devi, nombre de una deidad local que daría lugar a Bombay. Una etimología inventada por los ingleses pretende que Bombay es “buena bahía” en portugués. Si los argumentos filológicos no lo justifican, sí es cierto que se trata de un excelente puerto natural sobre el mar Arábigo y el océano Índico.

Hasta el siglo siguiente no llegó a esta costa occidental de la India la Honorable Compañía de las Indias Orientales, una empresa privada inglesa que tenía concesiones de la Corona para explotar comercialmente aquellas lejanas tierras. Inmediatamente puso sus ojos en Bombay, y en 1626 los ingleses llegaron a apoderarse de la ciudad y a quemar el palacio del gobernador, pero Portugal recuperó el preciado puerto.

La Honorable Compañía.

Sin embargo, poco después de recibirlo como dote, Carlos II arrendó Bombay a la Honorable Compañía por un precio simbólico, diez libras de oro anuales. Puede decirse que ese fue el auténtico origen del dominio inglés sobre la India, la primera piedra de una soberanía que en el siglo XIX sería considerada la joya de la Corona del imperio británico. Bombay sería la capital económica del subcontinente indio, la ciudad más poblada y rica, el mayor puerto del Índico y la puerta de la India a Occidente. Simbólicamente sería también el último lugar que abandonaron los ingleses tras la independencia india, cuando en febrero de 1948 las últimas tropas británicas pasaron por el arco del puerto llamado precisamente Gateway of India, Puerta de la India.

La presión del fundamentalismo hindú quiso borrar el nombre con el que Bombay había entrado en la Historia, y en 1995 el Gobierno provincial lo cambió por el de Mumbay, en referencia a la diosa de la antigua denominación. La gente de Bombay, sin embargo, ignora el nombre oficial y sigue utilizando el que hizo famosa a su ciudad en todo el mundo.

Además, la B permanece en la más notable expresión del dinamismo de esta urbe cosmopolita, Bollywood. Con este nombre se conoce a la meca del cine indio, el centro de una potente industria cinematográfica que en los años 30 ya producía 200 películas al año y que solamente por sí misma mantendría a Bombay como la gran metrópoli de Asia.

http://www.tiempodehoy.com/cultura/historia/una-dote-de-boda-regia

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